miércoles, 29 de agosto de 2018

HIJO DE ALBAÑIL

Hijo de albañil.

"La evaluación sostenible es definida como una evaluación que satisface las necesidades del presente y prepara a los estudiantes para satisfacer sus propias necesidades de aprendizaje en el futuro".
(Boud, 2000 p.2).
   Es interesante leer que ahora la evaluación ha sido considerada como un medio para satisfacer las necesidades de una persona y que además sirve como medio de preparación para un aprendizaje futuro. Si mi maestro de dibujo técnico del colegio hubiese escuchado esto probablemente habría insultado al que le transmitía esta idea. Su consideración ante una evaluación era que servía para determinar al estudiante vago del inteligente y por otro lado, tinosamente le permitía determinar el estatus, genealogía y futuros incidentes socio-económicos de un estudiante, tan sólo con poner una calificación en una hoja podía ver muchas variable. Cómo es posible que estos neo pedagogos rebajen a la evaluación a tamaña situacion, restándole clarividencia al docente y la potestad de encasillar a un aprendiente en lo que es y lo que será.
Estaría yo en noveno año en un colegio de renombre, tres días pasó mi madre en la antesala de  secretaría para poder inscribirme en el afamado colegio, ella y 200 más, unas considérense ellas, con más derechos que otras. - No hay bancas señoras, no insistan. -Eso decía el inspector, advirtiendo  con eso que seguro ellas tendrían que "colaborar" con algo más que la matrícula, que en ese entonces significaría dos semanas de comida para mi familia, pero yo valía la pena decía mi madre; había sido el único que terminó primaria, para ella, la esperanza de tener un hijo preparado, tal vez vivir a través de mí lo que ella dejó por un hombre que resultó un príncipe azul pirata (príncipe por que mi abuela llamárase Reina, azul por el exceso de alcohol y pirata por terminar tuerto después de una reyerta).
Volviendo a la pedagogía, ahí iba yo, sin saber raíz cuadrada y con los traumas arrastrados de mi escuela en la que los maestros con poco o nada trataban de disfrazarnos para parecer leones en medio de la selva educativa a la que nos enfrentaríamos luego, dicho sea de paso, de mi disfraz de león yo solo llevaba la melena y eso por mi ascendencia afro.
Diríase que por aquel entonces teníamos oportunidades diferentes que las de ahora, pero al fin y al cabo eran oportunidades. Mi profesor de dibujo de apellido Carvajal era indígena, lo decía toda su morfología, lo gritaban sus pasos y lo confirmaba su dialecto. No le entendería yo, me evocaba de nuevo a aquellos lugareños del pueblo de mi padre ( que no es el mismo príncipe pirata...otra historia), cuando el llegaba al curso... en los primeros días , me agradaba; quería utilizar todos esos materiales que él había pedido para que aprendiéramos a dibujar, entre ellos un tablero de contrachapado de 40 x 30cm y una regla T, en la vida había usado yo tanta parafernalia para dibujar, pero ahí estaba yo ; listo para conquistar mis miedo. No es por nada pero ya tenía destrezas para el dibujo, entre mis tantas fugas de mi lacerante realidad había llegado al mundo de los dibujos, a mano alzada diría Carvajal, para representar lo que quería vivir y de lo que quería huir.
al día once de iniciadas las clases por fin debía llevar mis materiales y a la tercera hora llegaría la eminencia con tanto cúmulos de conocimientos que no sabría yo por donde empezar a aprender. Al fin llegó, con quince minutos de retraso, hay que comprender, tanto conocimiento ha de pesar en la ínsula y esto provoca que se desconecte el cerebelo del encéfalo y por ende se baja la velocidad al andar y evitar caer producto del mareo sapiencial. Dejemos el diagnostico neuronal de mi maestro y pasemos a la pedagogía que como diría Cantinflas -"ahí está el detalle".
Entró al aula y todos nos movimos a nuestros lugares, ése es un detalle curiosos, los educadores nos instan a descubrir, socializar y comunicar lo que sabemos, pero si estamos gregados en un aula no debemos movernos ni hablar y socializar, ¡Pónganse de acuerdo!. Luego de la fuerte llamada de atención por no estar en nuestros lugares asignados nos dio una lista retailada de cosas y normas que debemos y no debemos hacer, enfatizando y estancándose en las que NO debemos hacer y ahora recuerdo un capítulo de "Los Simpson" -Si te mueves, tabla, si respiras, tabla, si protestas, tabla.
Empezamos con algo sencillo, creo que fue una muestra de consideración por parte del maestro, algo así como: -Pobres entes de precario conocimiento, les dejaré vivir por hoy y que hagan lo que puedan.
Dijo: - Hagan un dibujo libre. Vaya,  -Un dibujo "libre", me dije; de eso se trata, por fin libertad, esa libertad que no me restringe mi pensamiento ni mi imaginación, esa libertad que me permite volar hasta lo que nadie cree que pasará. Empecé con un follaje, quizá arrastrado por mis experiencia vividas en mis vacaciones en el pueblo de mi padre. Dibujé una casa y a lo lejos el sol. Creía yo que poner  elementos de ficción en mi paisaje natural seria buena idea y dibujé platillos voladores y casas de cristal con gente parecida a los supersónicos. ¡Estupéndo!, eso es lo que yo llamo "libre", naturaleza con tecnología conviviendo juntos. No sabía nada de desarrollo sostenible pero sin pensar esa era mi idea de libertad.
Mi compañera de al lado dejó caer sin querer su hoja y me agaché a pasársela, cuando se la dejé en su pupitre ella dio vuelta y pensó que le estaría copiando, gritó: -Profesor este niño me quitó la hoja para copiarme. -Copiar en un dibujo "libre", me dije , y ésta que tiene?. Paso seguido vino el poder inquisitivo y evaluador de la eminencia magisterial.
Con tono de sargento me dijo-Habers, qué pasa?, vos que tienes?, mono habrías de sers. Y luego hizo una pregunta digna del FBI: -A qué se dedica tu padre?. -Cómo? me dije a mi mismo, -mi padre?. En fin, no me quedaba más que contestar, supuse que sería para contactar a mi representante e informar de lo acontecido, pero que bah!, esa pregunta le daría al profesor la capacidad, supongo innata, de poder determinar mi pasado, presente y futuro. Habría él, hecho un doctorado en Incidencia de las genealogías y su efecto en el desempeño socio económico de los estudiantes", como puedo cuestionar la didáctica y metodología de mi profesor.
Contesté al fin: -Es albañil, eso desencadenó un informe del diagnostico sociocultural que en una fracción de sinapsis el profesor habría hecho. Y claro, tamaño descubrimiento no podía quedarse en las miasmas de la ignorancia colectiva, por tanto lo publicó, no necesitaba Facebook, el tenía la capacidad de tener más "likes" en milésimas  de segundos. Cuando se tiene autoridad y poder junto con ellos viene la salamería y la conveniencia, vecinas chismosas de la envidia.
-Ya decía yo, que mendigo habías de sers. Que te puede enseñar un albañil, un carbonero un patialsuelo, es que no entiendo cómo se permite negros aquí, gente que viene a robarles a los demás el derecho que tienen de estudiar en un ambiente tranquilo, pero ten por seguro que no llegarás al final del curso, yo me encargaré que vuelvas al sitio de donde te sacaron....-Diría algo más, pero la risa de mis "compañeros" no me dejarían escuchar, otros "perros"se hacían presente, como tomando relevo de los que en la primaria yo había dejado. Otra vez esa sensación que oprime mi pecho, esta vez la sentía como cuando te tocas un herida a la que le haz sacado tanto la caracha que se hace dura y pierdes sensibilidad, callosa diría mi abuela.
-Dame tu dibujo, cómo es posible que trates de copiar en algo que debe salir de tu cerebro, que vas hacers nada, ni cerebro has de teners. Ese fue el penúltimo análisis forense que me haría. Vio el dibujo y luego sin necesidad de un examen de sangre supuso mi adicción a alguna droga de moda en ese tiempo, no teníamos "H", seria marihuana o pegamento. -Que es esto? dijo, -Estas fumado?- Ese fue el diagnostico final, -A quién se le ocurre que en el campo hay casas de cemento, no has visto que en el campo lo que hay son chozas?. Supongo esa deducción la sacaría de sus recuerdo del páramo, donde estaría su madre gritando: -Hijo de mi alma, de mi alma hijo mio. Puso un 10, que en ese entonces era como sacar 5 ahora. me tiró la hoja en la banca y me dijo que saliera hasta que él se vaya.
No miré a nadie, pero sabia que todos me miraban, sus miradas las sentía atravesando mi piel y al mismo tiempo diseñando en mi persona y una marca, un tatuaje, como los que se hacen los aborígenes con navaja para representar algún rasgo zoomorfo. Mi rasgo era el de un burro, burro que pretende ser unicornio.
El poder de la evaluación es como el de un cuchillo, tal vez depende de las manos que la usen y en mi caso y por esa ocasión la uso un niño de seis años, que me lastimó profundamente. Lo odié, con todo el odio que un niño puede sentir en ese momento, me odié a mi mismo, por arrastrar este color, este pelo, esta vida. Odié a la gente y por primera vez sentí que ya nada me importaba, no me importaba lo que sentía ni lo que esperaba del mundo, tampoco me importaba lo otros sintieran, al fin y al cabo lo que seguro había aprendido hasta ahora es que: "si naciste en el lugar equivocado solo debes esperar el castigo por error tan garrafal".
Por tanto, la evaluación por ese entonces no puso delante mío un escalón sino una pared, no me ayudó con mis necesidades, me impuso más, no facilitó mi aprendizaje perdurable, lo que sí hizo perdurable fue mi evidente incapacidad para integrarme a los grupos sociales.

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