martes, 28 de agosto de 2018

LADRIDOS EN LA NOCHE

Ladridos en la noche...
-Vete a dormir, mañana te debes levantar temprano para repasar, ¡No quiero que te saques malo en ese examen! me oiste.
-Esa esa la voz resonante de mamá en las temporadas de examen, fui criado en un ambiente muy pobre, de madre lavandera y padre albañil; casa de bambú en un caserío que carecía de servicios básicos, por lo tanto como deben suponer fui a una escuela del estado  a la que demoraba unos 25 minutos a pie para llegar a ella. Mi escuela, aun recuerdo su nombre que me lanza de sopetón a mi infancia precoz y magullada.
En mi cuidad no era muy fácil sobresalir, por tanto imaginaran que hay muchos queriendo ser íconos y terminan siendo solo unos incógnitos que nadie recuerda ni conoce. Yo no tenia muchas aspiraciones a mi corta edad, a decir verdad no me consideraba alguien digno de soñar , aunque eso no significa que no soñaba, de hecho soñaba muy frecuentemente, okey, lo acepto; soñaba todo el día. Quizá como un medio para fugarme de mi realidad.
El día antes de mi examen de matemáticas, allá por el sexto grado, con la maestra Anita Álvarez, a mis diez años, estaba seguro que sería un examen nefasto, no existían en aquel entonces las ayuda con las que cuentan ahora los estudiantes, ya quisiera yo haber tenido un DECE ji ji, o la facilidad con la que se accede a la información como ahora. Bueno yo sabía que debía sacar quince puntos o simplemente soportar una paliza más.
No es que yo haya sido un estudiantes desganado ni mucho menos, tan solo que como muchos, fui una víctima más de las ciencias árabes. Como si no fuera suficiente lo que vivía, también las que habían jurado sacarme del hoyo donde vivía, me torturaban haciéndome sentir como un imbécil, quizás, digo yo, era su precio por darme lo que la maestra decía -Es la clave para salir adelante. Ojo que mi sentido de orientación a esa edad no era de lo mejor, no era yo un pájaro de largo vuelo. De hecho ni siquiera sabía que significaba ese "adelante".
Ya entrando en detalle pues seguro dirán -Y a que hora vendrán los ladridos. ji ji por que así somos de literales cuando leemos algo, queremos de inmediato relacionar título con redacción.
Al regresar por el camino agreste de la escuela hasta la casa pasé por una zanja que servía para llevar el agua de las lluvias hasta el cause mayor que conectaba los riachuelos con el río grande, debo decir que era un lugar que propiciaba el miedo y por ende sólo quería pasar de inmediato a la casa mas cercana. Siempre me pregunté quienes vivían allí, por fuera esa casa era lúgubre y  solo se escuchaban voces que emitían palabras inentendibles; voces que me transportaban al pueblo natal de  mi padre, donde yo solía ir a vacacionar, los lugareños tenían una forma muy singular para hablar. De hecho solo ellos se entendían, yo solo intuía, eso se me daba muy bien, intuir es más fácil que deducir.
Pero ese día, sin pensar pude ver a alguien bajar apresuradamente de la casa, tanto que al pisar el suelo se remeció la parte donde se asentaba la escalera de palo.
El tipo que bajaba tenía un aspecto campestre y citadino espantosos, como cuando ves un disfraz improvisado, ya pueden imaginarlo, sobrero, aretes, vaqueros y zapatillas de lona negras. Al fin, no era su mal gusto por la ropa lo que me llamó la atención, sino más bien la sangre que esmeradamente se limpiaba de sus manos.
Obviamente yo procuré esconderme, la sangre no es buena si esta fuera del cuerpo, eso lo sabe cualquier niño de 10 años, aunque sólo la haya visto en el cuello de los pollos que mamá mataba cuando le caían visitas, o como cuando la vecina de al lado tuvo que parir en casa pues no había forma de llevarla al médico, en esos casos las parteras y las vecinas son los mejores médicos y enfermeras y los niños como moscas queriendo ver lo que por la falta de youtube nos instigaba para no perdernos detalle de lo que era nuevo a nuestros ojos.
Mi corazón latía fuertemente y sentía que me faltaba aire, seguro estaba pálido e inerte, como sauce llorón cuando no hay corriente de aire y eso lo notaría el tipo con bigote difuso. Tanto que se me acercó y me preguntó que para donde iba, yo no respondería nada, era común que me quedara callado ante mucha presión, como cuando me tocó recitar frente a todos los niños de mi escuela,claro que ni punto de comparación, y sin embargo estoy seguro que por lo menos en mi mente : diría voy a mi casa,
No podía caminar yo pensando que algo me haría el tipo. Cuando él se dio cuenta que no podria hablar conmigo tan solo me empujó y me dijo -aguaite que naiden sepa que busté me conoce por que yo veré donde vive y mandaré a mis perros pa´que lo desgarren ¡oyó!.
Esa palabra"perros" me transportó irremediablemente a la vez que me atacó un perro tan solo por haberle pisado por error su cola. Desde entonces el pánico por los caninos me paralizaba.
Al llegar a casa no sabía que hacer, temía que en cualquier momento apareciera el tipo con sus tres perros famélicos y hambrientos. No hice ni tareas, claro un pretexto más para no hacerlas jijij, pero ni estudiar pude y no porque no cogiera el cuaderno, no, sólo que cada palabra, cada número cada imagen me llevaba al evento aquel.
Llegó mamá de su trabajo, ese día le tocaba lavar y cocinar, esos días en los que seguro traería algo de lo que hizo en la casa de los patrones, pero las madres pobres tienen menos tiempo para atender traumas de sus hijo, no por falta de amor, sino por falta de plata, quizá mamá notó mi semblante, pero preguntar implicaría profundizar en mis heridas emocionales y es ético cerrar heridas si las abres, por ello creo, no las abría.
Un estofado de corazón hizo que me calmara, ya dicen los biólogos que una necesidad puede ser suplantada por otra, por tanto, mi ansiedad fue suplantada por el hambre y ésta por la comida, ahora entiendo eso del desorden alimenticio, engordas por que comes y comes para suplantar tus frustraciones, sencillo.
Ya entrada la noche no quise estudiar por dos razones: no entendía nada de fracciones heterogéneas y no borraba de mi mente lo vivido, pensaba, habrá muerto a alguien ese tipo?, lo habrán encontrado?, estará cerca de mi casa?, y más importante aún ¿Como le haría para ir a la escuela al siguiente día?
Sin contar el pánico entumecedor que le tenía a los muertos, tanto o más que los perros.
Tenía mucho que pensar y para variar mis padres discutiendo por uno de mis hermanos, esa es otra historia... Mi cama tenía un colchón de lana, lana que yo me había encargado de endurecer con el orín, detallitos de niño miedoso, sin embargo la amaba, creo que más que a mis hermanos; allí en mi lecho podía seguir soñando y fijándome a mi mundo, ese mundo donde no había límites y donde los que me lastimaban no tenían derecho a entrar.
Será que el sÍndrome de Estocolmo nos ataca desde muy niños pues ese mundo se esfumó tan pronto me fui convirtiendo en la viva imagen de los que me agredían.
Las nueve de la noche, era inevitable, terminando "los picapiedras", esa serie de televisión que me evocaba más imaginación, sería el momento para ir a dormir y por desgracia cuando uno tiene mucho afán el tiempo pasa demasiado rápido, más esa noche no, resulta que la palabra "perros" volvía a mi cabeza, ahora resulta y eso lo descubrí en ese momento, tenía un oído prodigioso, escuchaba todo detalle de los ruidos nocturnos, las lechuzas cantando, mamá arreglando la cama, papá abajo cerrando el gallinero, mi hermano dando vueltas en su cama, el aire sonado entre los bambúes picados de la pared, todo.  Acaso en momento de presión se nos despiertan los sentidos? o la paranoia pone sensibles nuestros nervios?, no lo sé , sólo sé que los ladridos lejanos de "perros" marcando territorios me atormentaban. Eran tan lánguidos y amenazantes que sólo de cerrar los ojos me transportaba a una calle oscura, con árboles a los lados y con una casa vieja a una orilla, una escalera de palo de mangle y "perros" organizándose para atacarme apresuradamente.
Mi pecho guardaba esa sensación acalambrante que te hace pequeñito el corazón y que te deja colgado en sensaciones, allí en el punto que no sabes si llorar o gritar.
Me decía a mi mismo, si los perros ladran lejos pues no hay riesgo y sin embargo esa lógica no me sacaba de mi sitio de conflicto. Habría hecho bien en contar a mis padres, pero para mi no era nuevo tener cosas ocultas a ellos, el temor a una paliza suele ser más grande que el afán por salvarte.
Dormí, claro, o lo intente con todas mis fuerzas y seguro que con todo y mis intentos pude contar 85 ladridos entre cercanos y lejanos, de hecho podía en un momento sacar patrones de ladridos entre unos perros del Oeste y otros del Este, y el del Norte sólo ladraba para confirmar al perro del Este que lo apoyaba incondicionalmente. Deduje además que los perros no ladran solo para hacer notar la presencia de un desconocido, sino también para gritar: soy dueño de este territorio, las hembras me pertenecen, si te acercas te mato. Curiosamente nosotros los humanos hacemos lo mismo, solo que nuestra ostentación no colinda en el tamaño de nuestros ladridos sino en el tamaño de nuestras pertenencias. Sale a relucir lo animalesco de nuestras vidas ahora que lo pienso mejor.
Al fin amaneció, 5:30 am, mamá con su llamado tan peculiar y con el sonido de las ollas desde la cocina marcaban el compás para que yo me levantara y aceptara mi triste realidad: no estudiastes y no dormiste.
Sería yo tan memorista que no sólo recordaba los hechos del día anterior, sino también cada número visto mientras intentaba estudiar. Al final pase el examen de mamá, el más sencillo, solo consistía en preguntar y que yo le dijera al pie de la letra lo que estaba puesto como respuesta, el de la maestra era otra cosa; seguro han hecho un examen de matemáticas, de esos que tienen todo lo que no estudiaste o entendiste.
Me puse el uniforme con la lentitud mas notoria, como cuando ves esos reencuentros en las series de Super campeones, donde una patada hacia el arco puede durar toda una vida. Obvio esa lentitud traspoló en el mismo instante que mamá pegó su grito de guerra anunciando una paliza. Entendí entonces que en la vida hay cosas inevitables, finalmente no podemos evitar lo que debe pasar, destino o no, era seguro que debía ir a la escuela y afrontar mis dos temores: pasar por la casa y reprobar el examen , no se cuál me causaría mayor pérdida. No soy muy bueno en los negocios a si que decidir no es mi fuerte, me es más fácil dejarme llevar por la corriente.
Mientras camino me percato que otro error fue no haber hecho amigos, mi personalidad siempre fue motivo de alejamiento por parte de mis congéneres, no era de los más populares, mi voz, mis facciones y mis traumas habían dejado en mi persona un aire afeminado que me marcó de por vida, y decir además que mi oralidad dejaba a otros como tontos, dieron a este personaje las características propias un ente peligroso y que debía ser eliminado.
Solo y con el miedo más grande que podía sentir en ese entonces, avanzaba por la calle de tierra sin saber cuál temor me derrotaría primero, Los perros por orden geográfico claro; por otro lado, me decía, puedes buscar una ruta alterna y con eso pasaría ese temor a otro orden, otro día, otro tiempo, donde quizá ya tenga el valor de enfrentarlos. Recordé entonces que efectivamente existía otra vía, mas larga y con mayor transito de personas y carros.
Me dispuse a desviarme y emprender mi ruta, sabia también que en esa ruta me encontraría con aquellos que me insultaban y me gritaban marica solo para hacer notar que ellos eran débiles mentales. Me pregunte allí, a qué le temo más?, a los perros o a los "perros"? los primeros y los segundos andaban en manada, proferían sonidos que me asustaban y lastimaban y podían atacarme.
Otra vez la sensación que me aprieta el pecho, esto es caótico y crónico, no debía dejar que me afectaran tanto, pero lo hacían, me afectaban al grado de no poder respirar, eran como esos galillazos provocados por la ingesta súbita de algo dulce como la miel. Mi maleta pesaba un mundo, y mis talones sonaban como los de un borracho que sabe a donde quiere ir pero que su cuerpo no responde a sus órdenes.
Ya los veo desde lejos, por momentos mi mente juega conmigo, a veces cuatro patas, a veces dos, a veces riendo, a veces ladrando. Son perros? me dije , no, son ellos me respondí. Al final me eché a la pena, me resigné a soportar el dolor, ese dolor que no te deja moretones, ese dolor que se te queda como mancha de aguacate en la ropa, ese dolor que mata al bueno y despierta al malo.
Me ven y se hacen señas, igual que los "perros" cuando arman su estrategia para atacar. Yo igual que un perro en vecindario ajeno, escondo el rabo y bajo la cabeza, como diciendo no quiero problemas, reconozco que son más fuerte que yo, solo quiero pasar. Veo al más fuerte disponerse atacar, ahora creo que debí ir por mi ruta segura, aquella que no solo me libraba de esta jauría, sino que por la presencia del boscaje le daba a mis neuronas la oportunidad de acelerar sus sinapsis con la imaginación.
Era tarde, otra vez mis decisiones me había puesto en un sitio desagradable al que yo no quería ni podía superar. Salió de su hocico la palabra, y los ladridos de los otros acompañan como abejas atacando en grupo, un aguijón tras otro. Me quedo mudo y no dejo de caminar, me digo a mis adentros, si corres te puedes salvar, ¡lo hago!, corro y corro  y no dejo de correr, acaso corro por alejarme de ellos solamente, no, en realidad corro de mi vida, corro de mi suerte, corro de mi destino, ese que sin llamarlo me persigue, ese que sin desearlo aparece. Como suponen , alguien que no es atlético ni juega pelota, si pelota, ese juego que te marca tu sexo, el maldito juego que determina si serás un abusador o un abusado, juego que determinará tus amigos, tus novias y tu vida.
Por alguna razón la gente estigmatiza por todo, ¡los niños a los carros!, ¡a la guerra! y ¡a la pelota!, esa marca tampoco se te quita, como la mancha del plátano verde.
Caí estrepitosamente tan fuerte que no podía moverme, mi uniforme se empolvó a tal grado que camisa y pantalón eran kakis, bueno el pantalón ya lo era, ahora parecía gendarme de los años 40 nada más que sin tolete ni gorra.
De repente siento una mano fuerte que me sujeta y con todo el dolor que sentía, me obligó a levantarme. No se si hubiese sido mejor quedarme en el piso, pero de nuevo, en la vida pasan cosas que uno nunca las entiende, ni las puede evitar.

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